“Si tengo una idea, la comparto”,
afirmaba en La Vanguardia el físico de l’Institut de Ciències Fotònicas Maciej Lewnstein. Con esta misma filosofía trabaja en el Port Vell el BCN Tech City, el clúster de
empresas tecnológicas nacido en 2013 con el fin de asociar Barcelona a la
tecnología y “contribuir al crecimiento
del ecosistema surgido de la colaboración con las adminstraciones”, en palabras
del director general, Miquel Martí, durante una visita de los alumnos de periodismo
económico de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC) organizada por José Orihuel, redactor jefe de Expansión Catalunya.
Siguiendo modelos ya arraigados
en ciudades como Berlín o Nueva York, el proyecto barcelonés cuenta entre sus partners con el Mobile World Capital Foundation, CaixaBank,
Deloitte, Esade o Airbnb, y con el apoyo de Generalitat, ayuntamiento de Barcelona y Port de Barcelona. Persigue, entre otros objetivos, “establecer conexiones con el
mundo de las corporaciones más tradicionales”, así como fomentar una fiscalidad
más favorable al “talento intangible”, acompañar en la internacionalización, fomentar la emprendeduría y “ejercer
de lobby para influir sobre las políticas públicas”. Otra meta es favorecer la
relación con las universidades, con las que, explica Martí, en la actualidad es
muy difícil trabajar, a diferencia de lo que ocurre en países como Estados
Unidos, donde la frontera entre el mundo universitario y el empresarial es a
menudo difusa.
Miguel Vicente, con los estudiantes de la UIC
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Convivencia
Precisamente, una de las
características del edificio, “aparte de tener la mejor terraza de Barcelona”,
es que quiere ser un “espacio de convivencia”, no únicamente en los espacios
comunes que tiene habilitados, como la cantina, sino también en las propias salas de trabajo, en
las que empleados de empresas diferentes ocupan unas mismas mesas, una buena
forma de conocer a profesionales de otros campos, de otros países y proyectos, e intercambiar
toda suerte de puntos de vista, con el consiguiente enriquecimiento tanto
personal como profesional y, por tanto, aportando valor añadido. Son espacios, cuenta
Martí, “donde la jerarquía se diluye”: “la norma es que no hay normas”, asevera
el director general. De esta convivencia ha nacido más de un proyecto conjunto.
Sector que crece
Por su parte, el presidente de la
asociación, Miguel Vicente, señala que “Barcelona es un potente atractivo para
los inversores en tecnología”, un sector que en tres años ha pasado de 5.000 a unos
15.000 profesionales. Ahora, uno de los objetivos actuales de la asociación es
atraer a los fondos internacionales para que apuesten por el talento
tecnológico de la ciudad. Según cuenta Vicente, en los últimos tiempos, estos
fondos han invertido sobre todo, a nivel internacional, en proyectos de renovación
tecnológica en el sector financiero, en iniciativas de economía colaborativa, en
biotecnología y en la integración del automóvil con el resto de tecnologías y
aplicaciones móviles.
Fortalezas y debilidades de Barcelona
Este ranking sería trasladable a
España. En el caso de Barcelona, uno de sus puntos fuertes en el ámbito móvil
es el “gaming”. Por el contrario, entre
las asignaturas pendientes destaca “la convivencia de la universidad
tecnológica con el mundo empresarial, relación en la que anda un poco rezagada”. Falla
asimismo “que el marco regulatorio sea estable, a fin de dar a los inversores
una mayor tranquilidad”, así como el actual tratamiento de las stock options,
muy diferente al de otros países de nuestro entorno”.
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