
De inmediato fue al banco, pidió explicaciones, exigió disculpas
por escrito... que no obtuvo. El pequeño empresario, habiéndolo advertido antes
y sintiéndose engañado y víctima de la prepotencia del banco, puso el caso en
conocimiento de la agencia de protección de datos. El proceso le costó dinero
pero no quería sentirse pisoteado. Al final, sanción de 60.000 euros para la
entidad. Y ésta, para colmo, le culpaba de poner contra las cuerdas la carrera
profesional del comercial que había decidido la apertura de la cuenta y las
tarjetas. Escuchar el relato de este abuso y recordar la estafa de las
participaciones preferentes fue todo uno, un ejemplo
más de las prácticas abusivas de una banca que ahora salvamos todos mientras los
organismos supervisores, que deberían decir algo al respecto, siguen mirando
hacia otro lado.
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